No recuerdo cómo o por qué tomé mi primera fotografía de una persona a la que no conociera en las calles de una ciudad. Pero desde que llegué a Nueva York en 2006, y caminé por sus calles, tomé sus taxis y metros, me senté en sus cafés y restaurantes, y visité sus monumentos, parques y atracciones, sentí una inspiración tan fuerte que me cambió la vida. Empecé a capturar esos momentos como homenaje a la vida en la ciudad y nunca he dejado de fotografiar desde entonces en cualquier ciudad en la que viva o a la que visite. Me considero un observador de la condición humana, eternamente curioso y enamorado de las emociones, interacciones e historias que ocurren en las calles. Mi filosofía sigue mi lema “Mira a tu alrededor y enamórate de los pequeños detalles”. En mi trabajo, defiendo un enfoque más empático y ético en la foto de calle, que celebra a las personas y nunca las ridiculiza o denigra. La foto de calle para mí es el matrimonio perfecto de mi labor periodística (capturar escenas de vida que documentan la ciudad de hoy) con mi sensibilidad cinematográfica (jugar con los elementos en el encuadre y haciendo de la ciudad y sus habitantes el escenario y los personajes perfectos para contar una historia en un solo plano).