Siendo de un espíritu curioso fascinado por la complejidad del comportamiento humano y el arte de contar historias, es de recibo que mi llegada a la fotografía se diera inicialmente a través de la fotografía de calle, capturando instantes de vida cotidiana en la ciudad. Mi trabajo en este género me ha traído la mayor exposición y reconocimiento hasta ahora.

 

En los más de 7 años que he fotografiado en las calles, sobre todo momentos no posados, y los he compartido con una audiencia, a menudo me han hecho las mismas preguntas y he visto el mismo debate aparecer una y otra vez, sobre si pido permiso a los sujetos de mis imágenes antes de fotografiarlos. Si no lo hago, ¿debería? ¿Tengo el derecho (legal o moral) para tomar y compartir estas imágenes? ¿Es ético hacerlo? ¿Me he encontrado con problemas alguna vez o se me ha enfrentado alguien al sacarle fotos? ¿Le tengo miedo?

 

 

Imagino que para mucha gente ahí fuera, lo único que hay tras el concepto de fotografiar a desconocidos es una intención oscura, con el propósito de ridiculizarles o el de satisfacer tu lado voyeur y pervertido en la era de la Internet.

Por desgracia, tengo clarísimo que todo el que dice estas cosas no tiene ni idea de la crucial y riquísima historia del género de la foto de calle en los campos artístico y documental. De la oportunidad impagable de poder estudiar el trabajo de los grandes maestros (Cartier-Bresson, Walker Evans, Vivian Meier, Robert Frank, Garry Winogrand, Elliott Erwitt, Hellen Levitt y otros muchísimos incontables ejemplos) y poder analizar la radiografía que presentan del momento en que vivieron. De las ciudades y su gente, los comportamientos, la moda, la arquitectura, los objetos y las relaciones humanas.

 

 

Para poder capturar esa visión verdadera, honesta, “sin filtro”, de un instante en el tiempo, la invisibilidad es clave, incluso si viene sin el permiso explícito o la interacción directa con los sujetos.

My respuesta entonces, es SÍ…

Sí que ES ético, sí que ES necesario si sirve a un propósito documental. Y para ello, para capturar esa emoción de manera natural, en mi caso alrededor de un 95% de mis imágenes en la calle fueron tomadas sin ese permiso. Mientras el proceso se dé en un marco de legalidad (por supuesto, no fotografíes en propiedad privada o dentro del hogar de otras personas, o de un modo y con herramientas ilegales), hace falta preservar el derecho de los fotógrafos a trabajar este estilo de fotografía. La legislación al respecto cambia en cada país y a veces incluso en cada ciudad. Como regla general, al menos en la legislación estadounidense, cuando estamos en lugares y espacios públicos no existe expectación de privacidad, y el derecho de capturar imágenes prevalece, a menos que alguien lo use para acosarte.

 

 

¿Es esto injusto? quizás te estés preguntando. Pongámoslo de este modo: en el instante en que abandonas tu apartamento y sales a disfrutar tu día a día, tu imagen está siendo tomada, grabada y guardada por cámaras de seguridad (foto y vídeo) en cada esquina en la calle, en el bus o el metro, taxis, tiendas, cafés, centros comerciales, ascensores, etc. Cada paso que damos está siendo vigilado y grabado. Quizás ni te das cuenta de ello y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. Algunos dirán que esto no es comparable, ya que ese tipo de grabación sirve en teoría un propósito de prevención de delitos. Pero ¿estamos seguros que esas imágenes se borran alguna vez? ¿Podemos saber dónde acaban algún día esas imágenes y videos de seguridad, en qué manos? ¿Se nos preguntó alguna vez si estábamos de acuerdo en renunciar a ESA expectación de nuestra privacidad?

Acerca de los usos. Por regla general, la ley te permite enseñar las imágenes que tomes en la calle o incluso vender una copia de ellas si su propósito es de naturaleza artística o periodística (un artículo, un libro o portafolio, una foto impresa en una exposición en galería). Lo que no se puede es hacer un uso comercial continuado con la imagen de alguien que no ha firmado por escrito su consentimiento o firmado un contrato, ni usar a esa persona y su imagen para vender o apoyar un producto o servicio. No puedes usar esas imágenes de manera seriada con ánimo de lucro (vender camisetas, o posters con producción industrial, con el rostro de alguien). Tampoco utilizar la imagen de una persona fuera de contexto o con un mensaje que pudiera denigrar a la persona o difamar sobre sus vidas.

 

 

Al final, las cuestiones tanto sobre la ética y el miedo dependen de un factor decisivo: ¿quién es la persona tomando la foto y cuáles son sus intenciones y su ética personal? ¿Estás disparando solamente cuando te cruzas con alguien caído en desgracia? ¿Buscas capturar expresiones o maneras de reírte de una persona y destruir su imagen u honor, solo para ganarte unas risas y unos cuantos “me gusta” o favoritos en Internet, a cuesta del sujeto en la foto? Esta gente que sigue esos preceptos son los que debieran avergonzarse o temer sacar fotos, porque no respetan a sus sujetos y se merecen cualquier conflicto que se vayan a encontrar.

Yo nunca he sido de esa clase de fotógrafos de calle, pero aquí van algunas de mis propias historias de conflicto que quiero compartir con vosotros, bien de las que fui testigo o que me sucedieron a mí estando en las calles tomando fotos…

 

 1). Foto en el MeatPacking District, en Nueva York.

1). Fascinado por la luz en el muro, yo estaba esperando pacientemente que alguien entrara en el encuadre, con mi iPhone en la mano listo para la foto. Un fotógrafo conocido mío estaba a mi lado, con una cámara Réflex, y cuando este señor caminó frente a nosotros, los dos disparamos a la vez. Yo, en silencio. Mi colega, traicionado por el sonido de su obturador.

El señor se dio la vuelta y preguntó con cierta hostilidad si le habíamos tomado foto. Yo me callé para evitar un conflicto y seguí caminando, pero el otro chico, algo desafiante, le espetó “¿Y qué pasaría si te he tomado la foto?”. La respuesta del hombre, mientras seguía caminando y hablando por teléfono: “Pues que te iba a partir tu puta cámara”. Mi colega, quizá ignorante de la posibilidad de peligro, insistió en seguir preguntándole y queriendo saber más sobre el por qué de una reacción negativa. Yo me abstuve y me fui. Pero al mismo tiempo, miré la pantalla de mi teléfono y lo único que vi fue un retrato bastante favorecedor de aquel hombre. Y me pregunté a mí mismo: Si se lo hubiera podido enseñar, ¿habría quizás cambiado su actitud y si no gustarle la foto al menos no importarle tanto ya que se le hubiera fotografiado? Nunca lo sabré…

 

2). Foto en el barrio griego de Astoria, Queens (NY), durante una visita a Nueva York de mi amigo de San Francisco, Travis Jensen

2). Mientras tomábamos fotos por el barrio durante un paseo, Travis sacó una foto de este señor con su cámara réflex. El hombre se enfadó y empezó a apuntar a Travis con su dedo mientras le gritaba que no tomara fotos en ese barrio y le amenazaba que se iba a meter en problemas.

El contraste irónico entre su actitud y gesticulación contra los graffitis en la pared detrás de él me llamaron la atención, y tomé esta foto en silencio, y Travis y yo seguimos caminando y nos fuimos. La primera vez que compartí esta imagen (y la anterior del señor al teléfono) y conté ambas historias, alguna gente me comentó que no tenía derecho a enseñar estas fotos si sus protagonistas no querían ser fotografiados.

Mi respuesta la dejo para debate: la única razón por la que el público conocía de este contexto particular era por haber contado yo las dos historias de modo explícito. ¿Por qué entonces los que así comentaban daban por supuesto que a cada otro sujeto que yo había fotografiado sin que lo supieran, no les iba a importar que su foto hubiera sido tomada o compartida? A esas personas que comentaron esto, ¿les habían gustado siempre mis imágenes y nunca habían tenido problema con su publicación, mientras no sepan el contexto? Es un pensamiento presuntuoso y totalmente subjetivo. Lo que desconozco no me puede importar. Pero uno no puede simplemente NO disparar jamás o impedirse a sí mismo tomar fotos a menos que siempre lo pida antes, por si hay alguien a quien no le pudiera gustar.

Al final, todo gira en torno a mi pensamiento inicial: mientras lo que dispares sea legal y no estés haciéndole daño a nadie, la mayoría de los casos son justos.

 

 3). Foto tomada en el metro de Nueva York

3). La energía agresiva de esta señora, que parecía estar a punto de explotar contra cualquiera que se le cruzara, resultaba de un contraste tremendo con la dulzura e inocencia de su hijo, que jugaba y exploraba a su alrededor, por lo que no puede evitar tomar una foto.

Ese día aprendí varias lecciones: sé consciente de tu alrededor y no seas avaricioso. Porque mientras tomaba 3 o 4 fotos de esa escena buscando el mejor instante, la mujer vio la pantalla de mi teléfono en el reflejo de la pared metálica a mi espalda y empezó a gritarme, acusándome de estar grabándola en vídeo. Por mucho que intentara yo explicarle que era fotógrafo y solamente quería tomar una foto, no vídeo, y ofrecerme a borrar la imagen, me empezó a atacar físicamente aún con su hijo en brazos, agarrándome de la manga de mi camisa hasta romperla, y gritando airadamente.

La única manera de zafarme de ella cuando el tren llegó a mi estación fue arrastrar la escena hasta la puerta del tren, impidiendo que se cerrara. Los pasajeros empezaron a gritarle a la mujer y me dejó ir.

La otra lección aprendida ese día fue que el respeto es de ida y vuelta: si alguien es educado y te trata de manera humana, merece toda la comprensión y yo borraré la foto sin problema si está en contra de ella, y seguiré mi camino. Pero si alguien deja de ser un ser humano razonable y te ataca o asalta físicamente, entonces ha dejado de tener derecho al mismo respeto. El diálogo siempre debería prevalecer antes que estallidos de violencia.

 

 4). Autorretrato tomado en el West Village, NYC.

4). Caminando por mi barrio, vi este hermoso espejo roto cerca de una mesilla en la calle, abandonada y cubierta de plásticos. Sin nadie alrededor a la vista, me agaché, como a un metro de distancia, sin tocar nada, para sacar un autorretrato. Cuando iba a levantarme, por detrás de mí llegó una señora sin techo de aspecto matón, en lo que parecía ser un episodio esquizofrénico, y empezó a gritarme que aquello era su arte y que no lo tocara, insultándome y empujándome. Viendo que razonar era imposible y en la manera que estaba aumentando su tono violento, traté de irme, y en ese momento, de la nada, la mujer me dio un puñetazo en un lado de la boca.

Nunca lo vi venir. Y me resultó tan chocante y doloroso a la vez que me avergüenza admitir que entré en un estado furioso -insólito en mí- y le devolví un golpe con una bolsa que llevaba yo en la mano, tratando de hacerla marchar. Entonces me lanzó un vaso de plástico con una bebida naranja y lleno de hielo, que se abrió y me dejó empapado. En pie ahí con mi chaqueta de cuero chorreando y mi labio hinchándose por momentos, la mujer se burlaba de mí y me instaba a llamar a la policía, diciendo que había un coche policial ahí mismo, cruzando la calle.

Los agentes de la NYPD no estaban en sus coches, y de repente salieron de un Starbucks -4 policías- comiendo pastelitos (¡Vaya forma de confirmar los estereotipos!). Me vieron aún mojado y con la cara hinchada y al oír mi historia dijeron que se trataba de un caso de asalto. Pero que como no lo habían presenciado no se podía hacer nada y que mejor que me fuera a mi casa y continuara con mi día, porque seguramente si ponía una denuncia a la mujer se iba a quedar en una montaña de papeles similares que no se resuelven. Increíble.

 

 

Ninguna de estas experiencias me hizo jamás dejar de amar el arte de la calle, mi pasión por la observación humana. Así que he ido continuando, afuera en las calles, con un mantra que sigo de forma rigurosa en mi trabajo de foto callejera: “Lo que no quisieras que te hicieran, no lo hagas tú a los demás”. Si yo fuera a encontrarme con una foto en Internet que alguien me había tomado sin mi permiso, ¿qué me resultaría aceptable? ¿Qué podría horrorizarme ver? Entonces, actúa en concordancia cuando fotografíes a los demás. Mi filosofía es tratar de capturar a la gente tan real o neutra como los “siento” (es también una cuestión de empatía), e intento reflejar la personalidad de ellos que percibo, o de sacarles favorecidos siempre que sea posible. Cuando puedo, también me gusta formar parte de la escena, bien cerquita, aunque manteniendo esa sensación de “invisibilidad”. No tanto para ser “ladronzuelo”, pero más bien para respetar el espacio personal de mi sujeto.

Aunque soy de pensar que a cada quien lo suyo en cuestión de estilos y quizá respete los resultados de algunos colegas fotógrafos callejeros, tengo que admitir que personalmente detesto el modo de foto de calle donde un “cazador silencioso” aguarda pacientemente y de repente “asalta a su presa” con un flash cegador contra sus ojos. Sé que algunos de los nombres más populares en la industria han echo de este estilo su marca de fábrica, pero a mí me da repelús cuando lo veo en vídeo o más cuando lo he observado en persona una o dos veces. Me incomodó muchísimo siempre ver la reacción de la gente siendo fotografiada en un modo tan agresivo, que en alguna manera es perturbador y violador.

 

 

El respeto y el aprecio que sean lo más decisivo. Para mí, la foto de calle debería siempre tener un sentido de responsabilidad añadido, y no creo que sea un arte para todo el mundo, aunque plataformas como Instagram le hayan hecho sentir a cualquiera que es un campo fácil y abierto. Al final, cada personaje que he fotografiado en mi carrera, se ha convertido en parte de mi vida y mi memoria. Quizá no los conocí o hablé con ellos. Con algunos sí hubo quizá un reconocimiento implícito, una sonrisa, una asentimiento, tras tomar la foto, pero los recuerdo a todos perfectamente con cierto cariño y jamás olvido una de sus caras ni los momentos y lugares donde hice cada foto. Podéis tener por seguro que ese mismo respeto se lo he exigido siempre a mi audiencia cuando he compartido mis imágenes. Si alguien se ha reído de uno de mis sujetos en su comentario, o los ha intentado ridiculizar o insultar en comentarios en las redes sociales, he borrado esos comentarios y a veces hasta llegado a bloquear a quienes los dejaron. Porque a mí SÍ me importa la gente a la que he fotografiado y me descubierto a veces con una gran sonrisa en mi rostro al cruzarme en algún otro rincón de la ciudad con alguien que hubiera aparecido anteriormente en mis imágenes.

Y mi deseo y misión es que si alguien fuera a encontrarse a sí mismo en alguna de mis fotos, se pudieran sentir más agasajados o complacidos que ofendidos o enfadados, y que quizás gustarían de tener una copia de esa imagen.

De hecho, es algo que ya ha ocurrido varias veces, y que estoy incluyendo en un pequeño proyecto en continuidad. Una historia bonita que compartiré pronto…

 

POSTDATA el 1 de Abril de 2015:

El mismo día en que traduzco este artículo en español y lo publico, me he enterado que el gobernador de Arkansas ha vetado la proposición de ley conocida como SB 79 o “Ley de Derechos de Imagen”, que el senado había aprobado citando intención de “proteger a los ciudadanos”, y que hubiera hecho ilegal la fotografía en la calle y la foto urbana y de personas. El gobernador justificó su veto, explicando que semejante ley heriría de manera irreparable la libertad de expresión y creación y obstruiría el trabajo de los fotoperiodistas.